domingo, 1 de junio de 2008

FIESTA EN TINTA


FIESTA EN TINTA
José María Arguedas*
Tinta fue capital de Corregimiento durante la Colonia. Al Corregimiento de Tinta pertenecía Tungasuca. Tinta es­tá en la quebrada, a la orilla del Vilcanota, entre maizales y campos de trigo. Tungasuca es pueblo de altura; está casi a 4,000 metros, junto a un lago pequeño rodeado de chacras de cebada; laguna de agua limpia. Túpac Amaru, el primer caudillo indio, el primer quechua culto que se rebeló contra el régimen colonial, fue cacique de Tungasuca. Pero residía en Tinta, cabeza del Corregimiento.
En Tinta escribió Clorinda Matto de Turner su novela "Aves sin nido", primer intento de novela peruana, la pri­mera descripción que se hace de la vida miserable del indio peruano.
El cura que escribió el "Ollantay" fue el cura de Tinta, el primero que lo escribió. La primera vez que se representó el "Ollantay" fue para Túpac Amaru, en Tinta.
Entre los indios que mandó fusilar Areche después de la sublevación de Túpac Amaru, estuvo Illatinta, campanero de la iglesia. Pero cuentan que la virgen bajó del cielo ante el pueblo reunido y las tropas del rey; levantó suavemente el cuerpo del campanero y se lo llevó por el aire, hasta la to­rre del pueblo; lo dejó allí, repicando alegre las campanas, a todo vuelo, avisando al pueblo su propia resurrección. Vein­te años después murió Illatinta. Pero en la iglesia del pueblo queda un cuadro de la época, donde está descrito el milagro minuciosamente y el pueblo entero, con todas las casas y sus calles.
Ahora Tinta es un pueblo silencioso; en sus calles angos­tas, calles de indios, crecen hierbas, caminan indios elegan­tes; casi todas sus casas están cerradas por candado de ma­dera, de factura india. Cerca de dos siglos después de la rebe­lión de Túpac Amaru, Tinta, como todos los pueblos de estie valle del Vilcanota, es acaso más que entonces pueblo de indios
El 27 de agosto es la fiesta grande de Tinta. Desde la ma­ñana salen los waynas, los hombres solteros, a pasear en las calles, tocando flauta. Se visten con gran elegancia y con ro­pa nueva. En pandilla de tres, hasta de veinte, caminando al­tivos, entran a la plaza por las cuatro esquinas. Todos tocan flauta, como anunciando que son libres; caminan más rápi­do en la plaza, y con más orgullo; cruzan entre las vendedo­ras de chicha, mirando alto; llegan a las tiendas de las esqui­nas, y entre ellos solos, los waynas se convidan cañazo. Sa­len a ratos hasta la puerta de las tiendas, y miran la plaza, llena de pasñas, como dominadores y dueños. En sus pon­chos nuevos, en fondo negro, gris o blanco, anchos pallays, con figuras de pájaros, de venados y de las flores más her­mosas del campo, en verde, rojo y azul.
Las mujeres solteras, las pasñas, venden chicha en el centro de la plaza, bajo los árboles de eucalipto y capulí, que hacen sombra en la tierra. Su elegancia, la hermosura de sus vestidos, es mucho más india y más noble. Paradas junto a las mak'mas de chicha, envueltas en sus llikllas ver­des, rojas o negras; con sus monillos de Castilla o de bayeta, bien ceñidos al cuerpo, y sus faldas largas de bayeta, has­ta quince polleras una sobre otras; y anillos de plata en los dedos; tupus antiguos ó prendedores de plata, en forma de paloma o de pavo, sujetando la lliklla; con sus monteras redondas, negras, ribeteadas con cinta azul y algunas flores bordadas en la copa; descalzas. Acaso no hay en el Perú un vestido más hermoso. La disposición de los colores y de los adornos guarda siempre la armonía más perfecta, armonía también con el rostro y el cuerpo de las pasñas, con el pue­blo, con el color; la hermosura y la luz del paisaje. Vistas de espaldas, el rebozo cae de la cabeza, de debajo de la monte­ra, casi hasta el borde de la falda se extiende el cuerpo. Vis­tas de lejos, de pie junto a las grandes mak'mas de chicha, o bailando en la plaza, bajo los árboles de capulí, o en el cam­po abierto, parecen la creación preferida de esta tierra, la imagen de lo que el Ande tiene de color, de alegría, de su propia, de su inconfundible e imponente belleza.
A pesar de su orgullo, de su altivez desdeñosa, los way­nas llevan en los zapatos de fútbol y en los cinturones de cuero la fea marca del vestido híbrido y desaliñado del mes­tizo. La pasña, en cambio, es todavía Ande puro, quechua intocado, a pesar de las cintas, de la castílla y de los pavos de plata que luce en el pecho.
Mientras las pasñas y los waynas se miran desde lejos, los viejos, los runas, toman chicha en grandes vasos, sentados en los bancos de la plaza. Comentan la fiesta, miran alegres los grupos de waynas que tocan quenas desde las esquinas o cruzando la plaza. Se convidan, y reposadamente vacían las mak'mas de chicha.
Atardeciendo, mientras en un extremo de la plaza, en un coso levantado con árboles de eucalipto, indios vestidos de rojo y azul torean toros matreros, en todo el campo libre bailan. Bandas de flauteros rodeados de pasñas y waynas que bailan frenéticos, dan vueltas, bailando, de esquina a esqui­na; se detienen un instante junto a los altares de las esqui­nas, y siguen; a ratos gritan, con su voz más delgada; y la quebrada, por donde resbala tranquilo el Vilcanota, repite varias veces los gritos. Los indios que están trepados en las barreras van entrando al baile, dejan el coso vacío; termina la corrida; y nadie mira, porque todos bailan.
El sol de anochecer apenas alumbra. Ni un misti, ni un hombre vestido de casimir se ve en la plaza; los pocos que han ido a ver la corrida y los vecinos de Tinta miran desde los balconcitos de sus casas. No cuentan. En la plaza hay co­mo cincuenta flauteros tocando. Las pasñas, con sus largas rebozas verdes, negras, rojas y azules, dan vueltas, bailando ligero, en el campo libre; los waynas las siguen, pero se ven pesados y torpes junto a las pasñas que danzan airosas, ha­ciendo girar sus polleras y el rebozo, al compás del wayno, en vueltas rápidas, pero siémpre con un ritmo ardiente, con una armonía de wayno que nunca se equivoca.
La música baja hasta el río, con el viento sube por la quebrada, llega hasta los caseríos próximos.
Cuando anochece, en la oscuridad del crepúsculo, el bai­le es más loco. La plaza está llena de indios que bailan y cantan, como desesperados. Ya ni se detienen junto a los al­tares; la plaza parece chica, no queda campo libre; los árbo­les se mueven cuando los bailarines pasan bajo su sombra.
En la oscuridad siguen bailando. Salen a las calles, en "pandillas"; se reparten por todo el pueblo. Prende la fies­ta en toda Tinta. Las pandillas se cruzan y se encuentran en las esquinas. Como hace cuatro siglos, cinco siglos, el wayno es la fuerza, es la voz, es la sangre eterna de todas las fiestas del Perú del Ande.
Bajo el puente de cal y canto de Tinta pasan las aguas del Vilcanota, silenciosas y transparentes.
* “La Prensa”, Buenos Aires, 20 de octubre de 1940.

José Gabriel Condorcanki Noguera Túpac Amaru


José Gabriel Condorcanki Noguera Túpac Amaru, cacique de Pampamarca, Tungasuca y Surimana, tenía un origen ilustre y simbólico. Descendía en línea recta de doña Juana Pilcowaco, hija del último inca Túpac Amaru, ajusticiado por el virrey Toledo en la plaza del Cusco el año 1572. Su genealogía estaba oficialmente reconocida por sucesivos virreyes desde 1609 y acatada por los corregidores del Cusco y Tinta... José Gabriel nació en la provincia de Tinta, probablemente en el pueblo de Surimana -lugar de residencia de su padre, el gobernador-, el 19 de marzo del año 1738. Era hijo segundo de don Miguel Condorcanki y de doña Rosa Noguera... Su madre murió repentinamente y fue enterrada en el pueblo de Surimana a la edad de 30 años. Más tarde, al fallecer el primogénito Clemente, José Gabriel quedó como único y legítimo heredero del cacicazgo paterno. Al enviudar, don Miguel casó con doña Ventura Mojarras, criolla del pueblo de Tinta. El matrimonio tuvo un hijo, llamado Juan Bautista. Si José Gabriel fallecía o por algún motivo renunciaba, el título recaería sobre su medio hermano... Cuando el niño José Gabriel quedó huérfano, desempeñaron sucesivamente el papel de tutores y caciques interinos sus tíos paterno y materno. Con el fin de dar al niño una educación esmerada, se escogió como maestros suyos a eclesiásticos que a la vez que lo instruían educarlo religiosa y moralmente. Tendría 10 años cuando ingresó en el Colegio de Caciques de San Francisco de Borja, en el Cusco. Por su aplicación y buena conducta fue muy apreciado por sus maestros. Años más tarde estando en Lima por asuntos judiciales, su constante interés en aumentar sus conocimientos parece que lo llevó a escuchar clases de Artes en la Universidad de San Marcos.
A los 20 años contrajo matrimonio (25 de mayo de 1760) con doña Micaela Bastidas Puyucawa, natural del pueblo de Pampamarca. De esta unión nacieron tres hijos varones: Hipólito en 1761, Mariano en 1762 y Fernando en 1768. Todos los hijos del cacique fueron bautizados por el cura Antonio López de Sosa. Y en el nuevo hogar, Túpac Amaru respondió al apelativo íntimo de "Chepe" y su esposa al de "Mica" o Micaco".
Fue sólo a fines de 1766, pasados los 25 años, cuando comenzó a reclamar su reconocimiento oficial como cacique y pedir la ratificación de su calidad de legítimo descendiente del Inca Túpac Amaru. Además del título de cacique, como herencia recibió 70 piaras de mulas con las que se dedicó al transporte de mercancías, ganando el mote de "arriero".
Túpac Amaru y el Inicio de la Emancipación
Dentro de la cronología de la historia peruana, se ha llegado a establecer últimamente que la segunda mitad del siglo XVIII forma parte de un proceso emancipador. Es difícil precisar cuándo empieza este proceso que se manifiesta primero en las conciencias. La emancipación es inicialmente problema íntimo y personal, y después comunitario. Sus primeros síntomas se descubren en el ámbito personal, de allí la dificultad de establecer su punto de partida. Pero es necesario señalar un momento que sea el inicial, aquel, "en que los fermentos revolucionarios del siglo produzcan en nuestra superficie histórica algún disloque, alguna violencia capaz de transferir de un modo claro y patente al plano de las conciencias lo que ha estado operando latente y subconscientemente".
En otras palabras, debemos precisar un hecho que ponga de relieve una serie de circunstancias que se encontraban ocultas al ánimo de las gentes. Ese momento estaría en 1780, año en que José Gabriel Túpac Amaru se levantó contra el abuso del corregidor y la mala organización del trabajo en las minas. Su movimiento produjo "una profunda conmoción en el Perú, grandes transformaciones intemas y amplias resonancias americanas. La sostenida actitud rebelde del cacique, sus indudables lecciones de valentía y arrogancia frente a la autoridad española, el prestigio mítico de las reminiscencias incaicas que gustaba usar, su hondo espíritu de justicia social, la crueldad de la represión, el triunfo claro de muchos de los postulados y de las banderas de levantamiento, su presión a los Corregidores, la creación de la Audencia del Cusco, el cambio y la novedad que van a traer las Intendencias, todo confiere a la fecha un innegable valor de arranque". Como bien dice César Pacheco, no existe en la mitad del siglo XVII otro acontecimiento de mayor trascendencia para el Virreinato peruano, que el levantamiento de Túpac Amaru. Por eso lo consideramos como el inicio de nuestra etapa emancipadora, porque representa el momento en que se actualizan los gérmenes revolucionarios que desde épocas anteriores se han ido formando a lo largo del territorio
Veamos como se sucedieron los hechos:
En 1776 el Inca presentó una petición formal para que los indios fueran eximidos del trabajo obligatorio en las minas. La Audiencia de Lima respondió con una negativa rotunda. Ante esto Tupac Amaru decidió adoptar medidas más radicales. En 1780 apresó y ejecutó al corregidor de la ciudad de Tinta. Los indios del virreinato del Perú se sublevaron en pos de Túpac Amaru, quien se había proclamado soberano en 1780. Se inició así nada menos que la más retumbante y estremecedora rebelión de masas jamás enfrentada en estas tierras americanas por el imperio español.
Nada impidió que los rebeldes se reunieran y se dirigieran a Cuzco, que sin embargo, no pudo ser tomada, debido a que el inca Tupac Amaru se retiró por falta de municiones. A pesar de haber organizado un ejército compuesto de 10.000 indios, el inca sufrió una derrota en un primer combate antes de poder asegurar sus posiciones. Entregado a los españoles por un traidor, el Tupac fue tomado prisionero y torturado para intimidar a los demás y acabar con la rebelión que crecía sin cesar. Los españoles creyeron desesperarlo matando en su presencia a su mujer y a su hijo mayor.
Como se negó a informar sobre sus planes sediciosos, se le arrancó la lengua. Acto seguido, ataron sus pies y manos a cuatro cuerdas para que de ellas tirasen sendos caballos y lo descuartizaran. Como estos no consiguieron partir el cuerpo del indio que lo sufría todo sin quejas, se le cortó la cabeza, poniendo fin a la tortura.
Con la eliminación del cabecilla de la rebelión, los españoles y los criollos aliados lograron detener este grandioso movimiento de masas que no obstante siguió dando que hacer durante meses, antes de haber sido apagado su fuego en forma total.
Micaela Bastidas
Josefa Puyucahua entró en relaciones con un Manuel Bastidas, seguramente negroide, y de esta unión natural nació una niña que bautizaron Micaela Bastidas Puyucahua. El nacimiento ocurrió en Pampamarca por 1742. De su infancia no sabemos nada. Debió crecer al lado de sus padres y de sus hermanos Antonio y Miguel, también de sus tíos matemos... Nada más puede decirse, salvo que la niña se hizo mujer y esto lo vio Parnpamarca. Tuvo porte distinguido y belleza algo
extraña: era esbelta de cuello, en la Sierra cosa infrecuente, señalando un testimonio de inspiración dieciochesca que fue "mujer notable por su hermosura". Intuimos que su belleza no fue estrictamente andina, sino que también influía su sangre africana. No en vano, años después, sus enemigos se referían a ella motejándola de "zamba". En todo caso era bella, de energía nada común y de personalidad acusada. No tendría veinte años cuando la pretendió José Gabriel. Formalizada la situación, Micaela pasó con sus padres a Surimana, los cuales comienzan a figurar como "espaiíoles de dicho pueblo", y Manuel Bastidas a anteponerse un "Don" a su nombre. Se presume que el joven curaca dio facilidades a sus futuros suegros para cimentarse en el lugar, porque de otro modo habrían seguido residiendo en Pampamarca. La boda se efectuó en la iglesia del pueblo de Nuestra Señora de la Purificación de Surimana, en el altar mayor que todavía existe, el 25 de mayo de 1760. El matrimonio fue de españoles desde el ángulo social, fue indio desde el ángulo curacal y fue mestizo desde el ángulo racial pero, por encima de todo, el matrimonio cristiano don José Gabriel y Micaela estaba llamado a convertirse en un matrimonio histórico. De la unión matrimonial de José Gabriel y Micaela vinieron al mundo tres hijos:
Hipólito, el primogénito, nacido en Surimana en 1761. Mariano, que vio la luz en Tungasuca el 17 de setiembre de 1762. Y Fernando, nacido también en Tungasuca en 1768. Sabemos que en la intimidad este hogar era feliz .
"El papel que desempeñó doña Micaela Bastidas Puyucawa tiene capital importancia para conocer la rebelión de Tinta. Puede asegurarse que, desde el primer momento, ella fue el principal consejero de Túpac Amaru, junto al rumoreado Consejo de los Cinco. Y aunque el caudillo actuó mediante decisiones propias, por sus ideas e iniciativas aparece la figura de esta enérgica y prócer mujer con los caracteres de un personaje de valor innegable". C.D. Valcárcel. Op. Cit.
Túpac Amaru y el Mesianismo Andino
Para que Túpac Amaru se presentara como mesías bastaba que fuera reconocido como Inka; ciertamente, esto es ente de la interpretación de las autoridades españolas de la época, pues para ellas Túpac Amaru actuaba únicamente con un criterio polftico, pero para el hombre andino su gesto hallábase cargado de un simbolismo sagrado, marginal incluso al reconocimiento que las autoridades españolas pudieran hacer de su condición de descendiente de los incas cusqueños. Esto último bien podría estar dirigido a lograr prestigio entre los sectores más aculturados de la sociedad andina colonial, y también en el grupo criollo.
Una idea de lo que pensaba la gente andina sobre Túpac Amaru puede hallarse en los bandos que fueron emitidos en sublevaciones vinculadas a la suya, o derivadas de ella, donde aún después de ejecutado el dirigente cusqueño se le presentaba como morador en el Gran Paititi, y se le reconocía como Inka; tal ocurrió en Huarochirí en 1783. En téminos generales, los dirigentes tupamaristas empleaban un prestigio sagrado reconocido por la gente que los seguía; mencionábase entre otros el caso de Pedro Challco, ayacuchano, de quien se afirmaba que había hecho milagros, por ejemplo, salvando el ganado despeñado. Se mantuvo, entonces, al interior de la sublevación de Túpac Amaru, el prestigio religioso tradicionalmente reconocido a los curacas y, por cierto, al Inka, y también se hizo uso de estas atribuciones para otorgar al pasado incaico la imagen de una edad de oro, a la cual se merecía y ansiaba volver. Ello iba de la mano con el cultivo deliberado del propio pasado, ahora concebido como esperanza recuperable. Por ello extraña que desde mucho tiempo antes del estallido de la rebelión de Túpac Amaru, la gente andina hablara del tiempo del Inka como una época idealizada y gloriosa.
La prohibición de los "Comentarios Reales"
En 1782 las autoridades españolas prohibieron cualquier libro que otorgara a la época del Tahuantinsuyo la imagen de una edad de oro a la que había que retornar. Por este motivo, la circulación de la obra los "Comentarios Reales" del lnca Garcilaso de la Vega fue considerada políticamente peligrosa para la población.

La Muerte de Túpac Amaru
Por Jorge Gonzales Aguirre.
Cerró la función -dice un testigo ocular de los hechos- el rebelde José Gabriel, a quien se te sacó a media plaza. "El verdugo le cortó la lengua y le despojó de los grillos y esposas. Lo tiraron al suelo y le ataron a las manos y pies cuatro lazos que ya estaban asidos a la cincha de cuatro caballos montados por mestizos que tiraban en direcciones distintas. Sin embargo, no lograron su propósito. La extraordinaria fuerza física del descendiente de los Incas resistió a la de los caballos, que no pudieron seccionarlo. Túpac Amaru estaba en el aire semejando "una araña gigantesca". Dice Valcárcel que en ese momento el pequeño Fernando que espectaba el cruel sacrificio "dio un grito tan lleno de miedo externo y angustia interior que por mucho tiempo quedaría en los oídos de aquellas gentes..." Se había cumplido la sentencia. José Gabriel Túpac Amaru, el último descendiente de los Incas, había sido ejecutado. Ejecutado, sí, pero no derrotado. Efectivamente, desapareció el jefe rebelde, otros tomaron la dirección del movimiento. Mucho tiempo después aún continuaba la lucha en Charcas y la represión en todo el Perú. Pero el curaca que se había levantado en busca de justicia no murió vanamente. Los corregidores y sus repartinúentos fueron suprinúdos, como él pedía, y en su lugar se estableció el régimen de las Intendencias. La creación de la Audiencia del Cusco, otro de los postulados de la rebelión, se hizo realidad años después. El curaca mestizo proyectaba -después de muerto- su personalidad y pensanúento en la vida de la nación que ya surgía. Las reformas que se establecieron dieron la razón al desaparecido rebelde. Eran el triunfo póstumo de una vida ansiosa de justicia.